[**]

 “Y viendo las gentes, tuvo compasión
de ellas; porque estaban derramadas y
esparcidas como ovejas que no tienen
pastor” (Mt. 9:36).

Cantemos: “Eran cien ovejas que había en el aprisco. Eran cien ovejas que amante cuidó. Pero en una tarde al contarlas todas, le faltaba una, le faltaba una y triste lloró. Las noventa y nueve dejó en el aprisco y por la montaña a buscarla fue. La encontró gimiendo, temblando de frío; curó sus heridas, la tomó en sus brazos y al redil volvió”.

Este canto tiene un sentir muy especial que lo hace muy único entre muchos. La razón es porque describe exactamente el sentir de COMPASIÓN suprema que movió al Creador del universo, para venir en carne a este mundo a buscar a Sus ovejas que estábamos perdidas. Pues siendo el Rey de reyes y Señor de señores, el Dios Todopoderoso, el Dios de las terribilidades (Ap. 19:16; Gn. 17:1; Nah. 1:2), manifestó hacia nosotros Su amor, y así fue movido a compasión, al grado de ir hasta el Calvario y entregar ahí Su Cuerpo (Is. 43:10; Col. 1:15; Jn. 1:1. 14; Is. 53). El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, nos dice a los cristianos en una forma muy clara y directa lo siguiente: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús: el cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios: sin embargo, se anonadó a Sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en la condición como hombre, se humilló a Sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:5-8).  Dios es amor, y en Su amor fue movido para tener así compasión de nosotros. LA COMPASIÓN ES, por lo tanto, EL AMOR EN ACCIÓN, “porque de tal manera AMÓ Dios al mundo, que (movido a compasión accionó y) ha dado…” (Jn. 3:16).

Hay virtudes fundamentales sobre las cuales es muy común hablar sin vivirlas. En el mundo secular, por ejemplo, se habla mucho del amor y la paz. Pero donde esta actuación es más común, es en el ambiente religioso donde abundan los mensajes y temas sobre el fruto del Espíritu Santo, inclusive sobre la virtud que hoy nos ocupa, o sea la compasión, olvidando que la Palabra de Dios nos advierte (a aquellos que en verdad queremos agradar al Señor), que debemos de ser “hacedores de la Palabra, y no tan solamente oidores (ni tampoco ser de los que solo ‘dicen’, que es lo común), engañándoos a vosotros mismos” (Stg. 1:22). Habiendo, pues, señalado que la compasión es el amor en acción, podemos entender en forma intensa y profunda el significado de lo que nos dice el Espíritu Santo, por instrumentalidad del apóstol Pablo: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo caridad, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia; y si tuviese toda la fe, de tal manera que traspasase los montes, y no tengo caridad, nada soy. Y si repartiese toda mi hacienda para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo caridad, de nada me sirve” (1 Cor. 13:1-3, léase por favor todo el capítulo).

Aquí podemos ver dos importantísimas verdades que se entrelazan inexorablemente, y estas  son: 1. Si tenemos en verdad el amor de Cristo el Señor, vamos a ser impulsados por la compasión para accionar. 2. Si accionamos movidos en verdad por el amor de Dios, vamos a hacerlo siempre sintiendo compasión. Estas conclusiones son innegables, puesto que el mismo mensaje del Evangelio, como ya en breve se señala al principio de este artículo, está basado en la compasión. Esta virtud, precisamente, es la que hace la diferencia entre las buenas obras “que no valen” delante de Dios, y las “que sí valen” delante del Eterno. Pues si nos fijamos detenidamente en las Escrituras citadas, encontramos que existe el peligro de que estemos haciendo acciones y obras buenas en sí mismas, pero que no sean aceptas ante el Señor. Pues recordemos que Abel hizo obras y sí le valieron, y aunque Caín también hizo obras, a él no le valieron, “porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas” (1 Jn. 3:12).

Es imperativo que el cristiano accione, obre y haga, porque “así también la fe, si no tuviere obras, es muerta” (Stg. 2:17). Pero es igualmente imperativo que todo se haga, con el “sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:5), pues de otra manera se expone a que sus obras se le tornen en maldición en vez de bendición. Pues el Señor es muy especificó en esto, cuando se dirige a la iglesia en Éfeso, diciendo: “Yo sé tus obras, y tu trabajo y paciencia; y que tú no puedes sufrir los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado por Mi Nombre, y no has desfallecido. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor” (Ap. 2:2-4).

La verdad prevaleciente, dolorosa pero innegable, es que son muchos los cristianos, ministros y fieles, quienes ofuscados por el anticristo (Satanás), están haciéndose a sí mismos ese terrible mal y no se dan cuenta de ello. Pues está escrito que, “el dios de este siglo cegó los entendimientos de los incrédulos, para que no les resplandezca la lumbre del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la Imagen de Dios” (2 Cor. 4:4).

Fijémonos que el término “incrédulos”, implica no a los que nunca han oído la Palabra de Dios, sino a los que la han oído y la están oyendo hoy (y aun predicando), pero no la creen. Pues también está escrito: “por tanto, pues, les envía Dios operación de error, para que crean a la mentira” (2 Tes. 2:11). La regla del Espíritu dice: “que sintáis lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien en humildad, estimándoos inferiores los unos a los otros: No mirando cada uno a los suyo propio, sino cada cual también a lo de los otros” (Fil. 2:1-4).

Pregunto al lector que quiere ser sincero delante de Dios: ¿es esta la regla bajo la cual están viviendo la mayoría de los cristianos, incluyendo a los predicadores? No es ningún secreto que son muy pocos los que están haciendo lo posible por vivir bajo la regla del Espíritu aquí descrita, y la razón para ellos es que hay acción, ciertamente, pero sin compasión, y esto por causa de “haber dejado su primer amor” (Ap. 2:4). Esto, a su vez, ha provocado un ambiente donde prevalece una farsa de proporciones universales, donde lo falso está entrelazado con lo verdadero a la semejanza de la culebra de Moisés y Aarón con los magos de Egipto (Éx. 7:8-12), que solamente la intervención Divina en la mente del creyente (y ministro) sincero, puede hacerle ver la diferencia.

A través de las fronteras y de barreras raciales y denominacionales, he observado con tristeza y dolor (mi Dios es testigo que digo verdad) ya por una vida y hasta este día, a multitudes de profesantes cristianos (y entre ellos a cientos de ministros) actuando y esforzándose en todas formas, pero… sin sentir compasión. Tienen doctrina, revelación, profecía, dones, seguidores, dinero, templos, medios de comunicación, etc. Inclusive, tienen también “apariencia de piedad, mas habiendo negado la eficacia de ella” (2 Tim. 3:5). Sus actuaciones por lo regular son egoístas, ventajosas y convenencieras, sea ahora en favor de su persona, de su familia, de su propia congregación, de su ministerio o de su respectiva organización. Actúan como máquinas, como competentes computadoras que saben hacerlo todo bien, pero sin lágrimas, sin sentir dolor, sin compasión. Pues han perdido de vista al Supremo Ejemplo quien, “viendo las gentes, tuvo compasión de ellas” (Mt. 9:36), y actuó, hizo y sirvió, haciendo todo esto con compasión.

En Ezequiel capítulo 34 (léelo por favor mi hermano), el Príncipe de los pastores señala en una forma clara cuál es la triste condición de Sus ovejas que, en el transcurso de los siglos y hasta este día, han sido víctimas de ese ministerio sin compasión, y dice también lo que Él va a hacer. Y así en estos días, que sabemos bien que son ya los últimos antes de Su Segunda Venida a este mundo, el Señor está levantando un ministerio de compasión integrado por los que tienen la marca de Dios: “Y díjole el Señor: Pasa por medio de la ciudad, por medio de Jerusalem, y pon una señal EN LA FRENTE A LOS HOMBRES (y también mujeres) QUE GIMEN Y QUE CLAMAN a causa de todas las abominaciones (incluyendo miseria, engaño, dolor, etc.) que se hacen en medio de ella (entre el Pueblo de Dios y en el mundo)” (Ez. 9:4).

A todos nos consta que en los días presentes, todo el mundo habla y sabe de la marca de la bestia, que en resumen es la marca del diablo, pero muy poco se sabe y muy poco se habla de la marca de Dios. No es el tema en esta ocasión (y de ello nos ocuparemos a su tiempo), pero lo traigo a referencia en breve porque, según la Escritura citada, la marca de Dios es precisamente la compasión, por lo tanto el NO tener compasión es el estar marcado con “el número de hombre” (Ap. 13:18). Esta conclusión la confirma el apóstol Juan, cuando dice: “En esto son manifiestos los hijos de Dios, y los hijos del diablo: cualquiera que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (1 Jn. 3:10), y para hacer justicia (la justicia de Dios) se necesita estar vestido con el manto de la compasión divina.

Habiendo, pues, hablado de los peligros que hay en el actuar, hacer, ministrar y aun servir, pero sin compasión, pasemos pues ahora en último lugar, a considerar algo que es igual de peligroso o posiblemente aun mayor, y esto es el no hacer, ni servir, ni ministrar por causa de no sentir compasión. En esta categoría están contados un grande número de profesantes cristianos, y también muchos ministros, quienes solamente viven para sí mismos y están muy especialmente en estos lugares de la tierra donde existen aun las facilidades de vivir una vida material cómoda y holgada. Sobre este pecado no es mucho lo que tenemos que explicar, por cuanto está dicho en forma muy clara por el mismo Señor, que la vida y la bendición del cristiano consiste en servir, y la muerte espiritual y maldición están en no servir: “Entonces (el Rey) dirá también a los que estarán a la izquierda: Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles: Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui huésped, y no me recogisteis; desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o huésped, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá, diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos pequeñitos, ni a Mí lo hicisteis. E irán estos al tormento eterno, y los justos (los que hacen justicia y aman a sus hermanos) a la vida eterna” (Mt. 25:41-46).

Durante el tiempo que mi hermano lector ha durado leyendo este artículo, han muerto aproximadamente 500 seres humanos alrededor del mundo SÓLO por hambre, y en su mayoría niños. Qué desesperante experiencia ha sido para mí en incontables ocasiones, al mirar a mis hermanos en Cristo gozosos, felices, dichosos, rodeados de bienes y de bendiciones; disfrutando de todas las cosas que los hacen felices, pero ciegos completamente al dolor de su prójimo. Y si no les duele ni les importa la necesidad, y aun el dolor de los que están a su alrededor, ¿les importará aquellos que están lejos en otras partes del mundo? ¡Imposible! No sienten compasión. Ellos tienen su trabajo, casa, carro, ropa, muebles, comida y dinero, y a eso se reducen sus vidas. Inclusive, muchas de las cosas que poseen en
realidad ni las necesitan, y así gastan su dinero en vanidades y frivolidades, en lujos que un día van a ser como gangrena en sus almas. Una televisión en cada cuarto, los roperos llenos de ropa y zapatos que usó una sola vez, el bote de basura lleno de buena comida que desearan tener los pobres que mueren de hambre; carros lujosos en los que invierten movidos solamente por la vanidad y grandes cantidades de dinero.

Así pudiera seguir señalando, muchas otras vanidades en las cuales ponen su vida, sus energías, su tiempo y su dinero multitudes de cristianos, a través de fronteras, razas, barreras y grupos, quienes profesan, inclusive, el gozo del Pentecostés, pero que han olvidado el dolor y la compasión del Calvario. ¡Oh!, seguro que van a “su iglesia” y ahí cantan, oran, testifican y aun predican, y dicen: “Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo” (Ap. 3:17). “Oh ricos, llorad aullando por vuestras miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas: vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están corrompidos de orín; y su orín será en testimonio, y comerá del todo vuestras carnes como fuego… habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis cebado vuestros corazones como en el día de sacrificios” (Stg. 5:1-5).

¿A quién habla así el Espíritu Santo? ¿A los inconversos? ¿A los ateos? ¡No! No es a ellos, por cuanto ellos nada saben de la voluntad del Eterno. El Señor le está hablando a Sus hijos. Te está hablando a ti, mi hermano, que descuidado te has puesto tú solo en ese lugar de juicio, y tu conciencia en este momento te habla y te dice que pidas a Dios que ponga en tu corazón compasión, para que puedas sentir dolor y necesidad por los que necesitan la salvación, pero que también necesitan un pedazo de pan y un abrigo aunque sea usado, para guardarse del frío. Al estar dirigiéndote estas letras me ha embargado la emoción, y con lágrimas le he dicho al Señor: “Dios mío, para qué les digo si no entienden. Ya lo he dicho muchas veces y no hacen caso”. “Y tú, hijo del hombre, los hijos de tu pueblo se mofan de ti junto a las paredes y a las puertas de las casas, y habla el uno con el otro, cada uno con su hermano, diciendo: Venid ahora, y oid qué palabra sale del Señor. Y vendrán a ti como viene el pueblo, y se estarán delante de ti como Mi pueblo, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra: antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia. Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, gracioso de voz y que canta bien: y oirán tus palabras, mas no las pondrán por obra. Empero cuando ello viniere (he aquí viene) sabrán que hubo profeta entre ellos” (Ez. 33:30-33). “…mas los impíos obrarán impíamente, y ninguno
de los impíos entenderá, pero ENTENDERÁN LOS ENTENDIDOS” (Dn. 12:10).

Hermano mío, por el amor de Cristo el Señor, déjate mover por la compasión divina y ayúdanos con tus oraciones y con tu apoyo económico, para que podamos seguir sirviendo a muchos necesitados en muchos lugares en todas las formas posibles, como ya por años lo hemos hecho y como lo estamos haciendo hasta el día de hoy. Este artículo no es solamente una enseñanza, sino también un grito de auxilio. Necesitamos la ayuda urgentemente para que esta publicación continúe llegando a los miles de suscriptores que la reciben, entre los cuales están aquellos quienes, toda la ayuda espiritual que reciben es por medio de estas páginas. Necesitamos la ayuda para seguir imprimiendo tratados y estudios doctrinales, tanto para alcanzar a los perdidos como para ayudar a los creyentes. Necesitamos la ayuda para poder continuar con el mensaje por la radio en las estaciones que hoy estamos, y en otras en las que podemos comprar tiempo. Necesitamos la ayuda para seguir distribuyendo gratuitamente mensajes y enseñanzas por grabaciones, a todos los que continuamente las siguen solicitando. Necesitamos la ayuda para viajar, para ayudar a ministros compañeros nuestros y a hermanos que nos suplican se les visite, como también muchos a quienes el Señor está llamando y piden que alguien vaya a administrarles el bautismo en el maravilloso Nombre del Señor Jesucristo. Necesitamos la ayuda para apoyar a hermanos nuestros y también a otras personas, quienes necesitan urgentemente la ayuda económica por razón de hambre, enfermedad u otros problemas y necesidades.  En medio  de  tremenda necesidad prevaleciente, que es de proporciones universales, Dios está probando el grado de compasión que hay en el corazón de Sus hijos, los marcados con la marca de Dios que “gimen y claman” (Ez. 9:4), sintiendo en sus almas el dolor por la necesidad, no solamente por sus hermanos en Cristo el Señor, sino también por la de su prójimo. “Entonces el Rey dirá a los que estarán a Su derecha: Venid, benditos de Mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mt. 25:34).

Dios os bendiga.

~ Pastor Efraim Valverde Sr.

Referencias

[1] Revista Internacional Maranatha Pgs. 5, 6 y 7, Vol.76 -N0.18-Octubre -2019

[*] Énfasis de nuestroanciano.com

[**] “Copyright Disclaimer Under Section 107 of the Copyright Act 1976, allowance is made for -fair use- for purposes such as criticism, comment, news reporting, teaching, scholarship, and research. Fair use is a use permitted by copyright statute that might otherwise be infringing. Non-profit, educational or personal use tips the balance in favor of fair use.”; Source:Internet

 

Don`t copy text!