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“Digo pues: ¿Ha desechado Dios a Su
pueblo? En ninguna manera… No
ha desechado Dios a Su pueblo, al
cual antes conoció” (Rom. 11:1-2).
Yo lo he dicho muchas veces, y todos mis estimados lectores saben que es cierto, que el diablo no se cansa ni se enfada de repetir las mismas mentiras. Las mentiras que usó hace diez, cien, mil, o seis mil años pasados para engañar a los humanos, las sigue usando hoy como si las acabara de inventar. A veces les cambia un poco el aspecto o el color, pero por lo regular las usa exactamente como las ha usado antes. Los resultados que siempre ha tenido son francamente algo de admirar, puesto que Satanás ha logrado engañar a la grande mayoría de los mortales con su influencia y con sus astucias, pero más con su persistencia y tenacidad.
Alguien dirá: ¿Y qué caso tiene esto con el título de este artículo? La verdad que quiero marcar, mis amados hermanos, es precisamente la tenacidad y la persistencia increíble de mi enemigo, quien entre sus muchos mensajes de mentira, ha insistido, e insistido, e insistido ya por más de 20 siglos, en que Dios ya desechó a Israel, al pueblo Judío. Este no es un tema liviano, sino que antes por lo contrario, es un tema de vida o de muerte, de bendición o de maldición. Por eso es, precisamente, por lo que se empeña tanto Satanás en las mentes de los gentiles, en todas las edades y por el mundo entero, de poner en ellos el mensaje de la mentira aludida. Por mi parte, estando bien consciente de la tenacidad satánica ya descrita, estoy determinado a ser más tenaz y persistente que mi enemigo. Pues si él, que está sentenciado a la condenación eterna, no mengua ni cesa de poner en las mentes sus mentiras, con mayor razón yo y mis hermanos que somos dueños ya de la promesa de vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro, habremos de perseverar en nuestra tenacidad e insistencia, para proclamar las verdades que nuestro Dios nos ha revelado. Entre ellas, el hecho maravilloso de que “no ha desechado Dios a Su pueblo”, a Israel, al pueblo Judío, que “antes conoció” (Rom. 11:2).
La operación de la mentira satánica que estoy citando, no obra solamente entre los inconversos, los ateos y los paganos, sino que ha operado y opera más fuerte hasta el día de hoy, entre el ambiente del profesante cristianismo. Es increíble el grado de aceptación que tiene esta mentira entre los cristianos, para alguien que no ha observado esta operación con detenimiento. Yo personalmente, no puedo menos que admirarme al oír continuamente, en diferentes lugares y ambientes, a nuestros mismos compañeros en el ministerio, insistiendo con una persistencia que raya en lo ridículo, enseñando que Dios ya desechó a Israel y que ya no tiene nada que ver con el pueblo Judío del Esparcimiento. No puede hoy haber mentira más absurda que esa ignorante declaración.
La verdad es exactamente lo contrario, y las pruebas de ello son tan palpables e innegables en esta presente fecha, que sólo las mentes poseídas por el espíritu de la necedad pueden negarla. Mas aquí es, precisamente, donde cabe la tenacidad nuestra que menciono al principio, y movido entonces por ello, vuelvo a ocupar las páginas de esta Revista, “Maranatha”, para seguir refutando la mentira y mostrando la verdad, tratando en esta ocasión sobre el pueblo de Israel: ¡Dios nunca ha desechado a Su pueblo! ¡El pueblo Judío vive! ¡Israel es hoy una realidad ante los ojos del mundo! Satanás puede seguir haciendo su trabajo diabólico y turbando a muchos para que digan lo contrario, pero nosotros, los verdaderos cristianos, tenemos las pruebas de la verdad y el respaldo del mismo Dios de Israel, y vamos a seguir refutando la mentira y declarando la verdad.
Hace ya cerca de dos milenios y medio que el Dios Eterno declaró, por labios de Jeremías profeta, lo siguiente: “Así ha dicho el Señor, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche; que parte la mar y bramas sus ondas; el Señor de los ejércitos es Su Nombre: Si estas leyes faltaren delante de Mí, dice el Señor, también la simiente de Israel faltará para no ser nación delante de Mí todos los días. Así ha dicho el Señor: Si los cielos arriba se pueden medir, y buscarse abajo los fundamentos de la tierra, también Yo desecharé toda la simiente de Israel por todo lo que hicieron, dice el Señor” (Jer. 31:35- 37).
La Escritura citada es una declaración tremenda dada por el mismo Dios, la cual ha tenido también un cumplimiento tremendo, puesto que ha sido confirmada al paso de los milenios. Dios ha usado siempre el factor que nosotros llamamos “tiempo”, para “mudarlo todo”. Y ese proceso aplica precisamente a todo, ahora tanto en lo material como en lo espiritual, que en la creación presente están estrechamente combinados. Las ideas y las palabras no son materia, son espíritu; no se pueden palpar como se palpan los objetos y las personas. Pero ambos, repito, están sujetos invariablemente al proceso de “maduración” con el “tiempo”. Un Fariseo, doctor de la Ley, llamado Gamaliel, describe exactamente la idea de lo que estoy enfatizando, cuando dijo:
“Dejaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo (espíritu) o esta obra (material) es de los hombres, se desvanecerá (tiempo). Mas si es de Dios, no la podréis deshacer; no seáis tal vez hallados resistiendo a Dios”
(Hch. 5:38-39). En la ocasión en que este sabio consejo fue dado, eran entonces los Judíos quienes estaban aplicando “la prueba del tiempo” a los cristianos, quienes a su vez, al paso del “tiempo”, probaron que tanto ellos como los que predicaban, sí lo hacían por parte de Dios.
Han pasado los siglos y, durante estos, han sido ahora los cristianos los que han estado aplicando “la prueba del tiempo” a los Judíos. En lo ya explicado, existe una conclusión injusta contra los Judíos, y es que muchos cristianos usan la “prueba del tiempo” que ha transcurrido, para afirmar que el cristianismo “sí es de Dios”, y en cambio se niegan a aceptar la misma conclusión cuando se trata del Judaísmo. La injusticia no es de los hijos de Dios.
El significado de la profecía citada, es algo que no se puede tomar livianamente. Es una declaración tremenda repetida una y muchas veces más, a lo largo de las páginas del Libro Santo. Una promesa en la que, como ya expliqué, Dios mismo ha usado la “prueba del tiempo” para confirmar la veracidad de Su propósito y promesas en relación a Israel. Creo que puedo decir con toda franqueza, que solamente los espíritus necios pueden ser capaces de negar la verdad citada. Pues tendrían que fallar primeramente las leyes inmutables que rigen el universo entero, para que el Creador dejare a Su pueblo Israel. Tendrían que medirse primero los cielos y los fundamentos de la tierra, para que el pueblo Judío dejara de ser una nación. ¡Así dice el Señor, el Dios de Israel! Yo no solamente lo creo, sino que también me gozo, por haber sido contado por nuestro Salvador Jesucristo, entre los que hemos sido llamados para declarar y anunciar este importantísimo mensaje (y digo “importantísimo”, por la sencilla razón de que mi Señor Jesús mismo dijo que, “la salud (salvación) viene de los Judíos” Jn. 4:22).
Entre los comentarios negativos que durante los años que han pasado he escuchado, uno ha sido el siguiente: “el viejo Efraim Valverde adora a los Judíos”. Yo me he gozado cada vez que he oído esa acusación repetida, pues ciertamente que sería una blasfemia si yo adorara a los Judíos; pero, en cambio, sí digo con todas las facultades de mi ser, que yo amo a ese pueblo: El pueblo del Libro, de los patriarcas, de los profetas, de mis hermanos apóstoles, el pueblo que integró la Iglesia cuando fue fundada por el Señor en la Ciudad amada de Jerusalem, hace aproximadamente 20 siglos.
Sobre este tema he enseñado, predicado y escrito. Y mientras mi Dios me tenga viviendo sobre la faz de esta tierra, voy a seguir enseñando, predicando y escribiendo sobre este mensaje. Pues la verdad llana y sencilla es esta: si la “Tierra Santa” (la tierra de Israel), no existiera, si la raza Judía ya hubiera quedado extinta, si la Ciudad amada de Jerusalem no estuviere hoy en pie y si el Estado Israelí (la más grande señal del último tiempo) no fuera hoy una realidad, el Libro Santo sería solamente una novela y un libro de ficción. En tal caso, el cristianismo quedaría al mismo nivel de todas las demás grandes, pero muertas religiones del mundo.
Esto tan sencillo, es lo que no pueden ver muchos ministros y cristianos, cegados hasta hoy por “el dios de este siglo” (2 Cor. 4:4). ¡Increíble pero cierto! Mi oración es que nuestro Dios los libre de esa operación satánica de engaño, y que el Señor obre en sus ojos espirituales para que no solamente reconozcan a Israel, sino que también lo amen.
Aunque pudiera seguir explicando más sobre este tema, yo sé que este mensaje tiene que recibirse también por revelación, así como es por revelación el entender que Dios es Uno y que Su Nombre Supremo es el Señor Jesús. Como de igual forma es por revelación también, el entender que la Iglesia del Señor es una, y que no consiste en denominaciones u organizaciones político-religiosas controladas por los hombres. Pues todo lo que es de Dios y de Su bendita obra aquí en esta tierra, se recibe por revelación en la Palabra de Dios, y por el Espíritu Santo.
EL ENDURECIMIENTO EN ISRAEL
Estamos conscientes a la realidad, de que hasta este día los Judíos no han aceptado al Señor Jesús como el Mesías de Israel, pero también estamos conscientes de que eso es precisamente en cumplimiento a la Palabra de Dios, que dice que Israel será salvo (o sea que reconocerán al Señor Jesús como Mesías y Dios) “hasta que haya entrado la plenitud de los Gentiles” (Rom. 11:25). Pues si hay algo que debe de estar siempre vivo y presente en la memoria de nosotros los cristianos entre los gentiles, es la tremenda verdad de que Dios quiso poner “el velo” (2 Cor. 3:14-15) en el pueblo Judío, para que no acepten al Señor Jesús, y así tener misericordia de nosotros.
El apóstol Pablo nos declara el misterio del “velo” (2 Cor. 3:14-15) en Israel, diciendo: “Porque como también vosotros en algún tiempo no creísteis a Dios, mas ahora habéis alcanzado misericordia por la incredulidad de ellos; así también éstos ahora no han creído, para que, por la misericordia para con vosotros, ellos también alcancen misericordia. Porque Dios encerró a todos en incredulidad, para tener misericordia de todos” (Rom. 11:30-32). Y también nos dice: “Así que, cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros: mas cuanto a la elección, son muy amados por causa de los padres” (Rom. 11:28). En muchos de los cristianos gentiles, existe la impresión erróna de que Israel no cree en Dios, y no es así, pues entre el pueblo Judío hay ciertamente incrédulos y aun hasta ateos. Pero por otra parte, está “el remanente fiel” (Rom. 11:5) que nunca ha dejado de creer, servir y adorar al Dios de Abraham, que ahora es también el Dios de nosotros los gentiles, convertidos a la Gracia de Cristo el Señor.
Ellos sirven con todo celo a Dios, de acuerdo con lo establecido en el Antiguo Testamento, y su ceguedad es “en parte” (Rom. 11:25), o sea la parte que toca a reconocer al Señor Jesús como el Mesías. Pero en lo demás, sus sentidos están despiertos a la realidad de Dios y de Su santa ley, al grado de que entre muchos de ellos, existe un fervor que muchas veces no encontramos entre muchos grupos de orgullosos cristianos entre los gentiles.
Consciente de que nunca terminaría de hablar de esto que nos ocupa, hasta aquí llego con mis letras en esta ocasión, y termino preguntando: “¿Ha desechado Dios a Su Pueblo?”. Y en seguida me gozo en contestar con las mismas palabras de mi hermano Pablo: “¡En ninguna manera!… ¡No ha desechado Dios a Su pueblo, al cual antes conoció!” (Rom. 11:1-2). Si mi Dios me dice que Él escogió y ama a Israel como pueblo Suyo, y yo reclamo ser también miembro del Pueblo de Dios, entonces yo amo a Israel porque, “ese pueblo ahora es mi pueblo, y su Dios ahora es mi Dios” (Rt. 1:16). ¿Que si es una raza que tiene muchos defectos? Eso yo lo entendí hace mucho ya. Pero no los amo porque sean mejores ni mucho menos por ser una raza perfecta, los amo nomás por una “pequeña” razón, y esta es que de entre todas las razas y naciones de la tierra, DIOS ESCOGIÓ AL PUEBLO JUDÍO al grado de que en la Biblia, el Eterno Creador se nombra a Sí mismo, EL DIOS DE ISRAEL. ¡Amén!
Referencias
[1] Valverde, Efraim. Revista Internacional Maranatha Vol. 77 N. 18. Págs. 5 y 6
[*] Énfasis de nuestroanciano.com
[**] “Copyright Disclaimer Under Section 107 of the Copyright Act 1976, allowance is made for -fair use- for purposes such as criticism, comment, news reporting, teaching, scholarship, and research. Fair use is a use permitted by copyright statute that might otherwise be infringing. Non-profit, educational or personal use tips the balance in favor of fair use.”; Source:Internet